4 razones para amar la ficción islandesa

Hace unos meses SundanceTV estrenaba Prisioneras, un thriller carcelario protagonizado por la joven actriz islandesa Thora Bjorg Helga. En este thriller interpretaba a Linda, una joven que es enviada a prisión por haber dejado en coma a su propio padre tras asestarle una brutal paliza. Con su atractivo manipulador y sus habituales excesos, lo que nadie se imagina es que Linda esconde un oscuro secreto que sacude a su reputada familia y que incluso puede sacarla de la cárcel.

Y es que el más pequeño de los países nórdicos tiene un magnetismo especial en la pequeña pantalla, y aquí tenéis 4 razones para amar la ficción que nos llega desde esta remota isla.

1. Por la integración del paisaje en la historia

El paisaje de Islandia es abrumador: inmensos glaciares, llanuras lunares, volcanes en activo, fiordos que quitan el hipo, cascadas de ensueño… Toda esta naturaleza inabarcable, a medio camino entre la belleza y la melancolía, entre el gris de la ceniza y el blanco de la nieve, se cuela en sus películas como un personaje más. Así ocurre, por ejemplo, en Either way, de Hafstein Gunnar Sigurdsson, en la que dos operarios recorren el país señalizando carreteras mientras tratan de encontrarse a sí mismos.

2. Por sus personajes únicos

Y en medio de esta inmensidad donde apenas crecen árboles, nos encontramos con unos personajes marcados por este aislamiento. Es cierto que abundan los caracteres huraños, meditabundos, poco dados a la conversación, como la joven Hera de Metalhead, de Ragnar Bragason, quien se refugia en la música metal para superar la muerte de su hermano. Aun así, también encontramos a gente como Fúsi, el bonachón protagonista de Corazón gigante, de Dagur Kári. No en vano, encuesta tras encuesta, sus habitantes resultan ser de los más felices de Europa.

3. Por sus historias indies con un toque nórdico

Y esta mezcla de paisajes y personajes solo podía dar como resultado un buen puñado de historias curiosas. Ahí está el humor rozando el absurdo de De caballos y hombres, de Benedikt Erlingsson, donde se pone a prueba el amor incondicional entre el animal y el equino; o la agridulce historia de Noi, un joven albino que sueña con escapar del frío y refugiarse en una isla más cálida en Noi the albino, de Dagur Kári. Sin duda, los islandeses son los más indies de todo el cine nórdico, y quizás por ello los más atrevidos.

4. Porque está en plena ebullición

Si geológicamente es uno de los países más jóvenes del mundo (“solo” tiene 25 millones de años), lo mismo ocurre con su cinematografía. El primer largometraje producido en la isla (Between Mountain and Shore, de Loftur Gudmunsson) es de 1949. Y desde entonces hasta 1963 tan solo se produjeron 6 películas. Fue a partir de 1979 con la creación de un fondo cinematográfico de ayuda a la financiación cuando la industria empezó a florecer. Aun así, podemos afirmar que estamos ante un momento dulce: en 2015 Rams (el valle de los carneros), de Grímur Hákonarson, ganó el Festival de Valladolid tras triunfar en Cannes y ese mismo año Rúnar Rúnarsson se llevaba la Concha de Oro del Festival de San Sebastián con Sparrows (gorriones). Este año la Seminci de Valladolid dedica un monográfico a Islandia. En definitiva, que el cine islandés está de moda.

Víctor Blanes Picó.

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