A propósito de Acusada: releyendo a la viuda negra en el cine

En su conocida categorización de las mujeres asesinas en serie, Michael y C. L. Kelleher encuentran que el prototipo que se pliega a más casos documentados es el de la llamada «viuda negra»: la mujer que, como la araña que le da nombre, asesina a sus parejas sexuales. La lista de «viudas negras» que ha dado la historia del cine es extensa. La Barbara Stanwyck de Perdición (1944, Billy Wilder), fundacional de la «femme fatale» del cine negro, es un ejemplo claro de esa figura seductora e implacable que arrastra tras de sí varios maridos dispensados a mejor vida. Una figura que sigue siendo releída y actualizada, como muestra, por ejemplo, la Rosamund Pike de Perdida (2014, David Fincher). Ahora bien, el arquetipo de la «viuda negra», que se ha popularizado para designar de forma más genérica a las asesinas en serie, también ha funcionado como proyección culpabilizadora hacia las conductas de determinadas mujeres que no se pliegan a las convenciones, de género o sociales, impuestas.

El filme holandés Acusada (2014, Paula van der Oest), que puede verse estos días en Sundance TV, nos brinda la oportunidad perfecta para proponer una vuelta de tuerca al tópico de la «viuda negra». Su protagonista, Lucia, es una enfermera muy entregada al cuidado de los pacientes, pero con una carencia de habilidades sociales que le impide tener una relación normal con el resto de sus compañeros (una protagonista femenina, por cierto, que, en esa esencia antisocial, nos recuerda a la del recién estrenado filme húngaro En cuerpo y alma). Lo que en principio no es más que una fuente de cotilleos malintencionados del resto de compañeros se torna en algo más grave cuando en el hospital comienzan a morir bebés de forma inexplicable, y esos mismos compañeros trasladan sus sospechas hacia Lucia a la investigación policial.

Acusada, pues, habla de cómo la carencia para mostrar un comportamiento socialmente reglado lleva a que sobre esa mujer se proyecte el arquetipo de la «viuda negra». Lo sospechoso termina siendo siempre lo que se desvía de la norma, sin que la existencia de dicha norma mueva a su propio cuestionamiento. El caso de Lucia, al beber de una historia real, lleva esta reflexión a su vertiente más abiertamente crítica. Pero Acusada no es el único caso. Resulta llamativo cómo el cine reciente nos ha traído varias obras a las que se puede aplicar esta misma lectura crítica de la «viuda negra» como categoría simplificadora que oculta mecanismos sociales problemáticos. Baste fijarnos en un par de casos de 2016: Elle (Paul Verhoeven) y Lady Macbeth (William Oldroyd).

En Elle, el carácter principal de Isabelle Huppert da vida a la versión menos amable de la «mujer liberada». La que capea con la conducta egocéntrica y agresiva del hombre de negocios medio no solo replicándola, sino sublimándola. La mujer que encuentra su autorrealización en un proceder despiadado, libre de toda atadura de corrección social, intolerante con los autoengaños ajenos y estrictamente vigilantista (como refleja su incómoda trama sobre una violación). Contra esa mujer, muestra Verhoeven, la sociedad responde arrojándole acusaciones de «viuda negra»: su padre está encarcelado tras cometer varios asesinatos, y los medios y vecinos sugieren su complicidad con él. La figura del asesino en serie es aquí un mal de origen masculino/paternal proyectado sobre una mujer para castigar una conducta no tolerada.

En Lady Macbeth, relato decimonónico sobre una mujer obligada al matrimonio de conveniencia con un desagradable señor rural, el acto homicida ni siquiera es negado. Su protagonista (Florence Pugh) perpetra actos propios de la «viuda negra», pero en este caso no se trata de falsa acusación, sino de las circunstancias de opresión patriarcal que espolean esos actos. La pregunta que queda no es fácil: ¿en sistemas cimentados en la injusticia, y por tanto de raíz inmoral, hasta qué punto es posible hablar de forma condenatoria sobre «actos inmorales»? Pocas veces la comprensión hacia una asesina ha sido a la vez tan incómoda y tan contagiosa. Lejos quedan los viejos mecanismos de castigo narrativo, como el célebre giro final de La caja de pandora (1928, Georg Wilhelm Pabst), hacia esas mujeres que arrastraban a los pobres hombres débiles hacia su perdición.

Por: El antepenúltimo mohicano