Cineastas entre líneas: cuando Altman conoció a Carver

Invierno de 1990. Robert Altman ya es un director mundialmente respetado. Hace unos cuantos años que ganó la Palma de Oro en Cannes por su sátira sobre la guerra de Corea M.A.S.H. y ha firmado títulos tan importantes en la cinematografía norteamericana como Nashville o The player. Sin embargo, se vuelve de Roma con las manos vacías. Tras firmar un acuerdo con una productora italiana para realizar una película sobre el compositor Rossini, decide abandonarla por ciertas desavenencias. Sin proyecto a la vista, en el avión que le debe llevar de vuelta a casa, le pide algo para leer a su secretaria. Cuando ponga los pies en suelo estadounidense, Altman ya tendrá en mente su próxima película: Short cuts (Vidas cruzadas).

Se podría decir, pues, que Altman conoció a Carver en un vuelo transatlántico. Así que de entre todos los libros que cayeron en sus manos a unos cuantos pies de altitud, Altman se quedó con 9 relatos cortos y un poema. Estaba convencido de que de todos ellos podía salir una película y extraordinaria que capturara el universo de Carver, de quien llegó a considerar que toda su obra se podría entender como un solo cuento. Así que se puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue contactar con la viuda del escritor, la poetisa Tess Gallagher, quien le confesó que Carver era un gran admirador de Nashville. A su vez, el director le confesó su intención de tomarse ciertas libertades con el enfoque y que las historias aparecerían mezcladas. Además, junto con su coguionista Frank Barhydt, añadieron dos personajes más para proporcionar los puentes musicales de la película. Pero nada de ello impidió que colaborarán durante toda la preparación de la película. Tess entendía que los artistas de distintas disciplinas debían utilizar distintas herramientas narrativas, y sabía perfectamente que Altman, siguiendo su camino, sería totalmente fiel a la esencia de Carver: ambos compartían una visión común sobre la causalidad y casualidad de los distintos incidentes que provocan que las vidas de los personajes cambien. Algunos para bien, otros para mal. Pero esta idea de capturar pequeñas acciones que le ocurren a distintos seres dentro del mundo que crean sus autores es compartido por ambos. De este modo, esa especie de (en ocasiones perversa) arbitrariedad de los acontecimientos a los que se ve sometido el ciudadano de a pie está tanto en los escritos de Carver como en las películas del director de Kansas.

Se podría decir, pues, que ambas maneras de entender la azarosa idiosincrasia de la existencia americana casaban como anillo al dedo. Puede que estemos ante una de las mejores simbiosis ya no entre adaptación de libro a película, sino de sus dos creadores. Altman logró capturar la esencia de ese realismo sucio que creó y cultivó Carver a través de una dirección sobria, que evita en todo momento la floritura para lograr la concreción de lo que les ocurre a los personajes, para que sea la acción pura y dura la que revele el significado último de lo que acontece. Por si todo esto no fuera suficiente, Altman también contó con un reparto increíble en el que figuraban, entre otros, Jack Lemmon, Julianne Moore, Tim Robbins, Lily Tomlin, Robert Downey Jr. o Frances McDormand. Con todos estos alicientes, solo podía salir una obra maestra. Y así fue.

El antepenúltimo mohicano

Park City.

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