La edad de oro de Miramax

Tristemente de actualidad por el hundimiento de su imagen por escándalos que poco tienen que ver con lo estrictamente cinematográfico, Harvey Weinstein ha sido uno de los nombres más influyentes de la industria de Hollywood durante las últimas décadas. Junto a su hermano Bob fundó en 1979 una empresa dedicada a producir y distribuir películas, a la que bautizaron con el nombre de Miramax, en honor a sus padres Miriam y Max. El buen olfato de los hermanos hizo que esta fuese todo un éxito, tanto que la todopoderosa Disney la adquirió en 1993 por 70 millones de dólares. A partir de ahí sus triunfos fueron en aumento, siempre apostando por el apoyo al cine independiente internacional –fueron decisivos en el éxito de «La vida es bella» (Roberto Benigni, 1998) o «Amelie» (Jean-Pierre Jeunet, 2001) en todo el globo–, por lo que era habitual ver sus filmes cada año entre los nominados al Óscar –»El paciente inglés» (Anthony Minghella, 1996), «Shakespeare enamorado» (John Madden, 1998), «Chicago» (Rob Marshall, 2002) o «No es país para viejos» (Joel Coen, Ethan Coen, 2007) se alzaron con el principal galardón–, y su sello se fue convirtiendo en garantía de rentabilidad –también sagas tan taquilleras como las de «Scream» o «Scary Movie» salieron de allí– y calidad. Sin ir más lejos, fue Miramax la que nos descubrió a Tarantino con su violenta ópera prima «Reservoir Dogs» (1992) y bajo su manto creció como cineasta. En 2010, cinco años después de que los hermanos la abandonaran para formar su productora The Weinstein Company, la empresa cerró sus puertas. Entre el amplio catálogo que nos dejó, elegimos cinco títulos indispensables y muy representativos de lo que significó la añorada Miramax.

Juego de lágrimas (Neil Jordan, 1992)

Este thriller, una de las mejores obras de su interesante realizador, con la temática del terrorismo irlandés como telón de fondo, en el que Stephen Rea y un andrógino Jaye Davidson –protagonista de uno de los momentos más «sorprendentes» del cine reciente– vivieron un romance tan controvertido como inolvidable, marcado por la fatalidad, puede ser considerado toda una lección de tolerancia y prueba palpable de que el amor no conoce fronteras.

Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994)

La segunda cinta de Tarantino fue la de su consagración como uno de los grandes. Enrevesada historia de cine negro, cargada de explosivos diálogos y personajes memorables puestos al servicio de un reparto de lujo en el que figuraban, entre otros, Samuel L. Jackson, Uma Thurman, Bruce Willis o un John Travolta para el que este papel supuso la resurrección de su carrera. El Óscar al mejor guion original fue totalmente merecido.

Beautiful Girls (Ted Demme, 1996)

Grata sorpresa perteneciente al más genuino cine indie norteamericano. Las agridulces historias cruzadas, en clave de comedia dramática, de un grupo de amigos y antiguos alumnos del instituto Willie Conway, de la pequeña ciudad de Knights Ridge, enfrentados al vértigo de la madurez y los sueños incumplidos. Entre su excepcional reparto, deslumbró la madurez de una aún adolescente Natalie Portman.

 

El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996)

Superproducción de corte histórico a la antigua usanza, en la línea del mejor David Lean. Crítica y público cayeron rendidos ante la magia de una aventura exótica cargada de pasiones cruzadas, con escenarios de ensueño y la evocadora banda sonora de Gabriel Yared. Amor y guerra siempre ha sido una combinación ganadora y este clásico moderno dejó unas interpretaciones para el recuerdo de Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas y Juliette Binoche, premiada con el Óscar a la mejor actriz secundaria.

 

Las horas (Stephen Daldry, 2002)

La magistral adaptación de la novela de Michael Cunningham le sirvió a Daldry para regalar a un puñado de maravillosas actrices unos papeles delicados y sentidos. Un drama de abarca tres historias en épocas diferentes: la de los últimos años de la escritora Virginia Wolf (Nicole Kidman consiguió un merecido Óscar) a principios de los años 20; la de una mujer de los 50 (Julianne Moore) que quiere cambiar de vida tras leer «Mrs. Dalloway»; y la de una neoyorquina (Meryl Streep) que podría ser una versión actual de aquel personaje.

Por: El antepenúltimo mohicano