Las 5 mejores películas ganadoras del Oso de Oro de la Berlinale

El Oso de Oro es uno de los galardones más prestigiosos concedidos en el viejo continente cuyo símbolo en un póster revitaliza cualquier propuesta posible. Es cierto, repasando los filmes receptores de dicho premio, que la tendencia en el cuadro histórico del certamen teutón es a la baja. En parte, como no podría ser de otra forma, por la cada vez más flagrante falta de grandes nombres, evidente en las dos últimas décadas. También porque la herencia del neorrealismo en los festivales de categoría A sigue latente, dominando la austeridad por encima del brillo. Y, en la delineación de esos entornos y seres deprimidos, la Berlinale ha basado sus selecciones programáticas. En los últimos diecinueve años el Oso ha ido a parar a realizadores como Jafar Panahi, Asghar Farhadi, Fatih Akin, Hayao Miyazaki o Paul Thomas Anderson; pero también a cineastas de perfil bajo y nulo interés comercial como Jasmila Zbanic, Semih Kaplanoğlu o Adina Pintilie. Estos últimos, representantes del feísmo y del cine como vehículo de una idiosincrasia política y psicológica determinada. Cineastas de este corte son los que dominan las parrillas; los nombrados Anderson o Miyazaki son ya una quimera… A la espera de lo que haga Carlo Chatrian, codelegado general a partir de 2020. Sea como fuere, la Berlinale fue alguna vez sinónimo de esplendor. La muestra la tienen las siguientes cinco ganadoras del Oso de Oro. Obras maestras indiscutibles.

Doce hombres sin piedad, de Sidney Lumet (1957)

Qué decir de esta maravilla. Sidney Lumet fue (y será) uno de los grandes directores de la Historia del Cine. Lo demostró durante 40 años, nada menos. Para el recuerdo nos deja probablemente la cinta de género judicial por excelencia, referente para trabajos posteriores y toda una exhibición de puesta en escena. Un clásico a revisitar una y otra vez.

La delgada línea roja, de Terrence Malick (1999)

Nuestra compañera Elisenda N. Frisach habló en Cineclub (la sección de clásicos) en estos términos del magnum opus del director de El árbol de la vida: «La delgada línea roja es un clásico moderno al haber instaurado una deslumbrante y sugestiva forma de filmar, que se aleja del teatro o la novela y se acerca a la música o a la pintura, y cuya influencia se deja sentir en autores tan diferentes como Paolo Sorrentino, Andrew Dominik, Apichatpong Weerasethakul o Carlos Reygadas». El filme del director tejano es el drama antibelicista definitivo. Un largometraje que fue premiado, aparte del Oso de Oro, con siete nominaciones a los Oscars.

Fresas salvajes, de Ingmar Bergman (1958)

Uno de los baluartes del cine de autor europeo no podía faltar en el palmarés germano. Lo hizo en 1958 con Fresas salvajes, un viaje al pasado en tiempo presente que descubre, una vez más, todas las obsesiones del director sueco. A su Oso, hay que sumarle un Globo de Oro a la mejor película extranjera y una nominación al Óscar al mejor guion. Un palmarés que se queda corto para una de las películas que ha dado al cine el calificativo de arte.

Magnolia, de Paul Thomas Anderson (2000)

Cuesta decidir cuál es la mejor película de Paul Thomas Anderson. No, en cambio, la mejor interpretación de Tom Cruise. La hallamos en esta maravilla que articula nueve tramas paralelas situadas en Los Ángeles y, a su vez, relacionadas entre sí. Como ocurre con Bergman, en Magnolia salen a relucir las inquietudes del gran cineasta norteamericano del nuevo milenio.

El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki (2002)

Hayao Miyazaki tuvo que compartir el Oso de Oro con Paul Greengrass y su Domingo sangriento. No importó. El tiempo ha puesto a cada uno en su lugar: el filme de Greengrass es un interesante ejercicio de documentación histórica; el de Miyazaki, sin embargo, es una de las masterpieces del cine de animación. Así lo vieron los académicos estadounidenses: le concedieron el Óscar de la categoría, algo reservado casi por decreto para la ficción local.

El antepenúltimo mohicano

Park City, Utah.

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