Las consecuencias del COVID-19 en el cine

Es complicado sumergirse en la ficción cuando la realidad parece una versión hiperbólica de esta. Nadie en pleno siglo XXI podría esperar algo así en nuestro mundo. Algo que va a cambiar nuestras vidas para siempre y que va a tener grandes consecuencias en detalles básicos de nuestra cotidianidad; también en cosas que amamos, que han existido de una forma concreta y tendrán que reformularse. El cine, como la gran mayoría de industrias, será una de ellas.

Es complicado predecir todos los daños que va a provocar que la industria cinematográfica entre en standby. Es un sector que vive en continuo movimiento (personal, material, transaccional…). Las pérdidas para la industria van a ser terribles (algo que conllevará numerosos despidos); también para el espectador, que perderá capacidad económica. Ahora bien, a lo largo del siglo XX, el primer mundo se ha refugiado en la ficción como bálsamo –véase el comportamiento de la población estadounidense e inglesa tras la II Guerra Mundial— ante la adversidad. A continuación, exponemos varios puntos básicos de la influencia de la crisis del COVID-19 en el cine contemporáneo.

El futuro del cine

Se han cerrado las salas y se han pospuesto lanzamientos. La maquinaria independiente, que vive más alejada del evento –solo hay que ver los estrenos de películas de autor o independientes en nuestro país—, saldrá indemne –con matices, por supuesto. Sin embargo, para las «majors», las grandes compañías, cuyos filmes son ejercicios mercantiles dotados de altos presupuestos, cada día perdido es un duro golpe. Muchos gigantes de la distribución norteamericana buscan nuevos caminos para dar salida a su stock. El principal parece la apertura de portales online –similar a las plataformas actuales— para que se cumplan fechas y no se produzca un enorme overbooking en el calendario. El debate de la implantación de lo online a lo físico se acerca a su resolución en el medio del desastre. Pese al delicado contexto, creemos que ambas modalidades convivirán y se complementarán en un futuro más que cercano. Hay magias que son inquebrantables.

La importancia de los festivales

La crisis sanitaria y social ha llegado antes de que concluyera el primer cuarto del curso. Hasta la fecha, se han celebrado festivales en Sundance, Róterdam, Göteborg y Berlín. Se han tenido que posponer varios de vital relevancia como South by Southwest (Austin), Tribeca o Las Palmas. Otros, como el D’A de Barcelona, ha decidido mantener las fechas pero realizarlo online. Cannes, el principal baluarte, ha decidido posponer –a falta de fechas oficiales— a finales de junio. Los festivales son parte primordial de la promoción cinematográfica. En especial, del cine de factura autoral. También son los focos de mercado que sustentan a la producción y distribución. Sin Cannes, por ejemplo, el overbooking de premieres de títulos en otoño sería descomunal. Un peso que no podrían soportar ni la distribución, ni la prensa, ni, por supuesto, los espectadores. La dirección del festival galo busca encontrar una solución, inspirados por un miedo a ser superados por sus rivales (Venecia ha ido adquiriendo fuerza en los últimos años). La salud del cine depende de sus festivales.

La producción

Muchos estrenos se han paralizado. Pero también rodajes, y, con ello, muchos empleos perdidos y plazos incumplidos. Bastantes filmes en pleno rodaje o posproducción no verán la luz hasta 2021, en el mejor de los casos. Como subrayábamos con anterioridad, esto afectará a las creaciones de alto presupuesto, esclavas del calendario y, en menor medida, a las producciones más modestas. Algunos proyectos sobrevivirán y, otros, no podrán continuar. Una crisis de esta envergadura tiene estos efectos. Eso sí, el cine tiene vida propia, y su industria saldrá adelante. Solo será una cuestión, por suerte, de tiempo y paciencia.

Mientras nos recuperamos, sean responsables, disfruten del cine en casa y de Sundance TV con los suyos y con las manos bien limpias. Saldremos de esta.

 

El antepenúltimo mohicano

Park City, Utah.

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