Las mejores películas chilenas de la historia

La irrupción en la última década de cineastas como Pablo Larraín, Sebastián Lelio o Sebastián Silva ha dinamizado el panorama cinematográfico chileno y su proyección internacional. Los tres, además, no se conforman con enmarcar historias dentro de realidades concretas de su país, sino que también expanden su visión a otras cinematografías, concretamente la estadounidense, subrayando el talento que siempre han apuntado desde sus inicios. El caso más evidente es el de Pablo Larraín, que adopta una perspectiva vanguardista para delinear la contemporaneidad sin eludir la crítica al sistema social imperante. Su último filme, Ema, que quizá pasó más desapercibido de lo que debiera, es todo un ejemplo de ello. Lelio, en cambio, se mueve en una aparente zona de confort, el melodrama. Un punto de partida que pronto bifurca en poderosos estudios sobre la identidad femenina que recuerdan al mejor cine de Pedro Almodóvar. Silva, a su vez, es una rara avis en esta tríada de ases directorales chilenos. Su propuesta es extravagante, que pivota sobre la comedia generacional más incómoda e irreverente. Un riesgo que se paga: más allá de su exhibición en Sundance y posterior estreno estadounidense, su cine no tiene trascendencia. No obstante no es una cuestión de calidad, sino de visión; la obra de Silva recurre a tópicos para desnudar las contradicciones de las nuevas generaciones. Algo que no tiene relevancia en taquilla. Los casos de Larraín, Lelio o Silva no son aislados en el cine en Chile; sus autores tienen cada vez más relevancia en el circuito internacional. No podría ser de otra forma, es uno de los clásicos de Sudamérica. A continuación, y aprovechando que seguimos inmersos en el ciclo «Panorama Iberoamérica», elegimos cinco títulos representativos para conocer el cine chileno.

Tres tristes tigres (Raoul Ruiz, 1968)

Cinta debut de uno de los grandes cineastas de la historia, Raoul Ruiz. Un autor con un estilo inconfundible que desarrolló gran parte de su carrera en Francia –el grito de su nombre de pila en las proyecciones en el Lumière del Festival de Cannes es todo un clásico de la cultura popular— y que tejió una filmografía enormemente ecléctica, que en los últimos años tuvo el impulso que le otorgó su esposa, Valeria Sarmiento. Tras su muerte, ella ha heredado esa manera de hacer cine que instauró con este magnífico filme que retrata el modus vivendi del provinciano en la capital. Un dibujo acurado del momento social-político de su país. Una constante en su cine.

El Chacal de Nahueltoro (Miguel Littin, 1969)

Una de las cintas más representativas del cine en Chile basada en un hecho real que conmocionó a la sociedad sudamericana: el asesinato de una mujer y sus cincos hijas a cargo de un campesino analfabeto, en estado de embriaguez, en la región sureña de Chillán en 1960. Una obra dirigida por Miguel Littin, un realizador que sigue en activo y que hace seis nos ofreció su último trabajo: Allende en su laberinto (2014)

Machuca (Andrés Wood, 2004)

La filmografía de Andrés Wood siempre se expandido en un tercer plano dentro de la cinematografía hispanoamericana pero siempre demostrando una enorme coherencia y sensibilidad. Machuca es, sin duda, su mejor película. Un largometraje que nos cuenta, a través de la relación de amistad entre dos niños, la situación de tensión política y social que vive Chile en 1973. Una película fascinante y enternecedora que remarcaba la capacidad de Wood para contextualizar un periodo convulso sin renunciar a su habitual humanismo.

El club (Pablo Larraín, 2015)

Elegir dentro de la filmografía de Pablo Larraín su obra esencial es tremendamente complejo. Ya sean sus primeros trabajos como Tony Manero (2008) o Post Mortem (2010), ya sea su último filme, el mencionado Ema (2019), ya sea su irrupción en la industria norteamericana con la infravalorada Jackie (2016). Empero creemos que su mejor película es El Club, una mirada introspectiva a un grupo de clérigos repudiados por la sociedad que se encuentra entre lo mejor rodado en Sudamérica de la última década. Es una cuestión de forma, sí, pero también de fondo. Una obra capital dominada una tensión soterrada.

Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017)

Y finalizamos con una obra que hizo propia la máxima bressoniana sobre el que el cine es transformación. Y así es. Probablemente Una mujer fantástica, junto a su soberbia composición de planos, trasciende el melodrama con mucha elegancia y nos ubica en una realidad pocas veces tratada en el cine de esta manera: la transexualidad. Una obra dura, descarnada pero también integradora e inspiradora. Daniela Vega ofrece una interpretación de verdadera altura para este clásico ya del cine LGBT.

El antepenúltimo mohicano

Park City, Utah.

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