Las mejores películas de Michael Curtiz

Si les hablamos de un aquincense llamado Manó Kertész Kaminer es más que probable que nos pidan que le repitamos ese nombre y apellido para después respondernos con una negación. En cambio, si al que nombramos es a Michael Curtiz es probable que su gesto cambie tras ver cómo en su mente aparecen dos mitos: Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, los dos protagonistas de esta historia de amor imposible titulada Casablanca (1942). Curtiz, cineasta húngaro que huyó de su país con la llegada del fascismo a Centroeuropa, más allá del éxito de Casablanca, edificó una notable filmografía siendo un primer espada para los grandes estudios; un artesano con la aparente disciplina como para para llevar a buen puerto filmes con grandes estrellas. El estupendo documental Curtiz (Tamas Yvan Topolanszky, 2019) habla de lo complicado que era conseguir ese equilibrio y trasladarlo, también, a la vida personal. Con Curtiz, un ídolo como Errol Flynn se erigió en todo un símbolo atemporal del cine de aventuras; se habló de la II Guerra Mundial en unos códigos inéditos en aquella épica; y firmó varios clásicos de no demasiado nombre pero sí con mucho cine. A continuación, elegimos sus cinco obras clave. Majestuosas, por otra parte.

El capitán Blood, 1935

Exitosa traslación a la pantalla de la prosa de Rafael Sabatini inmortalizada por unos estupendos Errol Flynn y Olivia de Havilland. Aventuras a la vieja usanza con el sello de la Warner y con un Flynn entregado a un papel de pirata a su pesar, ya que es un afamador doctor que, por avatares del destino, tendrá que desenvainar la espada y atemorizar a la Inglaterra de Jacobo I. ¿Podemos considerar a El capitán Blood la mejor película de piratas de la historia? Desde luego. No hay ninguna tan original y con escenas de acción tan orgánicas. Fue nominada al Oscar a mejor película.

La carga de la brigada ligera, 1936

Misma pareja –Flynn y de Havilland— en una historia típica de los años 30 –con los efectos del Imperialismo aún latentes. Épica y patriotismo articulan este filme que nos traslada al norte de la India, donde las tropas británicas combaten las acometidas de un grupo rebelde. Todo cambiará cuando sus mejores jinetes tengan que enfrentarse al ejército del zar en la batalla de Crimea –que como pueden apreciar nunca ha dejado de ser el epicentro del conflicto. La excelente dirección de Curtiz eleva esta cinta bélica dotada de momentos impresionantes.

Robin de los bosques, 1938

Y no nos despegamos de Flynn y de Havilland en una de sus películas más célebres. Superclásico de aventuras, aderezado con romance, en el que asistimos al excelente despliegue físico de un Flynn en plena forma: saltos por muros, grandes coreografías y, sobre todo, muchísimo carisma para encarnar al Robin Hood –con permiso de Kevin Costner— más famoso de la historia –de hecho, es complicado disociar la imagen del ladrón del bosque de Sherwood del rostro de Flynn. Con esta película Curtiz ratificó su posición en el Hollywood de la época a la par que seguía coleccionando Oscars.

Ángeles con caras sucias, 1938

Por un momento, Curtiz dejó las aventuras para aproximarse al noir y de qué manera: con esta historia de caminos que se entrecruzan de los que partieron de la línea de salida dos hombres que terminaron siendo opuestos: un sacerdote y un gánster. James Cagney, Pat O’Brien, Humphrey Bogart y Ann Sheridan son los protagonistas de este relato que encumbró a Cagney, que consiguió el Oscar a mejor actor. Un filme que ocupa un lugar secundario en la filmografía de Curtiz de forma injusta. Es la constatación de su talento y de su buena mano con grandes intérpretes.

Casablanca, 1942

Y, sí, claro está, Casablanca es la gran película del realizador húngaro. Es imposible resistirse a sus maravillosos planos y a esa historia de amor tan universal como amarga. Ingrid Bergman y Humphrey Bogart rebosan química conformando una de las parejas icono de la historia del séptimo arte. Curtiz demuestra su enorme maestría en la grandilocuencia pero también en escenarios minimalistas, cuando la intimidad cierra el plano y se produce la magia. Una obra irrepetible que hay que ver, al menos, una vez al año.

El antepenúltimo mohicano

Park City, Utah.

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