Por el Día Mundial sin Alcohol, 5 películas sobre el alcoholismo

El 15 de noviembre se celebra el Día Mundial sin Alcohol. En sociedades como la nuestra, donde se trata de una droga legal que causa más estragos de los que a simple vista parece, conviene recordar los peligros de su consumo excesivo. Dado que, a lo largo de la historia, muchos artistas han sido adictos a esta substancia hasta el extremo de morir por intoxicación etílica, no es de extrañar que en el cine abunden las aproximaciones al problema del alcoholismo, entre las que hacemos una selección de cinco filmes.

Días sin huella, de Billy Wilder (1945)

Una de las mejores películas de la etapa noir del realizador austríaco, se trata de un durísimo recordatorio de los niveles de degradación a los que lleva la adicción al alcohol. Con una puesta en escena seca y realista, que retrata una Nueva York alejada de cualquier glamur, la cinta es un poderoso retrato de su protagonista, el escritor fracasado Don (Ray Milland), así como de su dantesco fin de semana, narrado a través de elipsis y flashbacks, en busca, primero de dinero para beber, y luego de una salida a su particular infierno.

El sabor del sake, de Yasujirô Ozu (1962)

Si el maestro nipón ya había retrato los devastadores efectos que produce el alcoholismo en las personas cercanas al adicto en una trama secundaria de Crepúsculo en Tokio (1957), aquí es el anciano protagonista del filme quien se dará al alcohol para combatir una realidad descorazonadora. Nuevamente, las relaciones familiares, la vejez y la soledad son temas en primera línea del relato, aunque esta vez también se añade a ellos el alcoholismo como acto social de escapismo, no por tolerado menos lamentable o traumático.

Días de vino y rosas, de Blake Edwards (1962)

Muy lejos de sus comedias habituales, Edwards ofrece aquí un intenso melodrama centrado en una pareja unida, y también destruida, por su adicción al alcohol. Sin rehuir los aspectos más sórdidos de la historia, el director mantiene un temple contenido y elegante, que permite al espectador soportar, incluso, su tristísimo giro final. Jack Lemmon y Lee Remick ofrecen unas interpretaciones memorables, entre el éxtasis del amor, el frenesí de la ebriedad y el infierno de la dipsomanía.

El fuego fatuo, de Louis Malle (1963)

Pero si de historias tristes hablamos, ninguna como la de esta película, en la que su atribulado protagonista, Alain (Maurice Ronet), sale de la clínica donde estaba ingresado por su adicción al alcohol con un propósito muy claro: encontrar una razón para seguir viviendo. Así, la cinta se erige en un periplo de Alain por las calles de París en busca de su pasado, de sus amantes y amigos, de una juventud malgastada que le ha conducido directamente a la depresión y al alcoholismo. Melancólica y bella reflexión sobre la soledad acompañada de la exquisita música de Erik Satie.

La leyenda del santo bebedor, de Ermanno Olmi (1988)

Adaptación de la espléndida novela póstuma de Joseph Roth, Olmi traslada el elemento fabuloso de la obra original con la convicción y la delicadeza que le caracterizan, al dotar a la historia del vagabundo Andreas (Rutger Hauer) de un carácter opresivamente circular, metáfora de la lucha cotidiana de toda persona víctima del alcoholismo por salir del pozo y poder obtener la redención. El equilibrio entre un sucio realismo, que refleja la dura existencia del protagonista, y el elemento milagroso da lugar a una película poética y fascinante, que se erige en oda al espíritu humano.

El antepenúltimo mohicano

Park City, Utah.

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