Yorgos Lanthimos: una trilogía sobre el lenguaje

Con la presentación de El sacrificio de un ciervo sagrado en el pasado festival de Cannes 2017, Yorgos Lanthimos dejó claro que su cine empezaba a tomar derivas argumentales diferentes a las planteadas en su exitosa trilogía sobre las deficiencias del lenguaje y el proceso de comunicación. Pese a que la firma autoral sigue patente en cada uno de los planos fijos, en la espiritualidad y ritualidad de cada escena, en los diálogos oscuros e imprevisibles y en la frialdad procedimental de cada personaje, también es cierto que se deja notar una pérdida de interés o, al menos, un paréntesis en lo que a las relaciones semióticas implícitas en la sociedad moderna se refiere.

De este modo, Canino (2009) supuso una apertura en el tratamiento de esta crisis del lenguaje y la interacción humana, donde el director comenzaría a explorar los efectos del distanciamiento afectuoso desde el punto de vista de un matrimonio que, debido a la sobreprotección con la que quiere resguardar a sus hijos del temible mundo exterior y la mundanidad del hombre de a pie, somete a estos tres hermanos a un experimento casero mediante el cual estarían aislados por completo de la sociedad, obligándolos a creer que fuera de los límites de su propiedad, no existe vida más allá del sufrimiento y el dolor. En esta película, Lanthimos modificaría los patrones de conducta y de la dialéctica común según esquemas de aprendizaje inverosímiles. Los objetos eran desposeídos de su significado mediante una alteración indiscriminada de la palabra que les da sentido y, consecuentemente, todo el proceso educativo se reducía a un aprendizaje incongruente y al analfabetismo funcional, que los transformaba en seres domésticos incapaces de sobrevivir en el espacio abierto.

En Alps (2011) el realizador se adentró en el concepto del duelo y la negación de la pérdida gracias a la construcción de una sociedad en la que proveían con réplicas de seres allegados recientemente fallecidos a aquellos ciudadanos incapaces de aceptar su marcha. El lenguaje natural quedaba reducido a un artificioso intercambio de clichés y respuestas prediseñadas, restando así la espontaneidad y la naturalidad en cualquier tipo de relación entre amigos, hermanos, padres e hijos, amantes, etc. Por último, con Lobster (2015) trató de profundizar específicamente, con punzante ironía, en las relaciones amorosas, para lo cual presentó un escenario desprovisto de pasión y afecto, en el que la decisión de emparejamiento estaba regida por la aceptación del convencionalismo social. Encerrados en una residencia, el director parte de la contraposición terminológica entre el deseo que se intuye de un lugar reservado al encuentro con la media naranja, y la frialdad axiomática de un entorno regido por una regla muy estricta: si en un periodo de tiempo determinado, no se ha encontrado pareja, el ciudadano no está preparado para afrontar la convivencia con el resto de humanos y habrá de convertirse en un animal de su elección. De esta forma rompe con el más romántico de los lenguajes: el sentimental. Tres películas, tres formas de interacción humana que quedan reducidas a sus más básicos esquemas de conducta.

Por: El antepenúltimo mohicano.