Las mejores películas de Simone Signoret

Aunque el leitmotiv de nuestra colaboración con SundanceTV es el cine independiente y de autor contemporáneo, tenemos la inmensa fortuna de poder mirar atrás y acercarnos y revisitar el cine clásico, germen de muchas de las obras que conforman el panorama de festivales. Precisamente, revisar una filmografía y una carrera como las de Simone Signoret significa darle sentido a todo ello. Por placentero, principalmente. Y para ustedes, como lectores, se les abre un vano que les permite recordar, en algunos casos, o descubrir, en otros.

A Signoret se la puede considerar, sin miedo al error, como una de las grandes actrices de la historia. Fue una superestrella de su tiempo. Que trascendió el cine francés y europeo y fue también parte fundamental de la industria anglosajona. Su rostro siempre ha ido unido a personajes emancipados y poderosos, muy adelantados a su tiempo, y que le otorgan otra dimensión a lo que hoy se entiende por feminismo.

Así pues, coincidiendo con el aniversario de su nacimiento, elegimos sus mejores películas –no lo hemos tenido fácil.

La ronda, 1950

Signoret da réplica a un también magnífico Anton Walbrook –un actor infravalorado, sensacional en una maravilla como Maskerade de Willi Forst— en la mejor película, y eso ya es decir mucho, de Max Öphuls. Un filme de historias cruzadas e interconectadas que involucran a diferentes agentes de la sociedad vienesa de principios de siglo XX. Un drama elegante y portentoso, lleno de imágenes que enraízan en nuestra retina. La cinta obtuvo el BAFTA a la mejor película de su año.

París bajos fondos, 1952

No hace demasiado, el Festival de San Sebastián le dedicó una retrospectiva a Jacques Becker, un director no demasiado reivindicado pese a firmar una de las cumbres del género carcelario: La evasión (1960). Uno de sus mejores largometrajes es este romántico en el que una deslumbrante Signoret enamora al personaje encarnado por Serge Reggiani y provocará que el mundo de ambos se derrumbe. Una película estupenda con un final a contracorriente de lo que se estilaba en esos momentos en el género.

Teresa Raquin, 1953

Adaptación de la novela homónima de Émile Zola. De nuevo, Signoret se embarca en un romance a dos bandas. Por un lado, el presente, su primo, un hombre brusco y violento que empeora con los años; por otro, un joven camionero del que quedará prendada. Historia de un amor prohibido y tóxico que gracias a la actuación de la actriz y la magnífica dirección de Marcel Carné se erige como uno de los grandes melodramas de los 50. El filme compitió por el León de Oro de la Mostra.

Las diabólicas, 1955

Otra obra superlativa. En este caso, dirigida por H.G. Clouzot. Narra la venganza de la esposa y de la amante del director de un afamado colegio. Los roles interpretados por Simone Signoret y Véra Clouzot planearán el asesinato de un hombre (Paul Meurisse) que las ha manipulado y vejado hasta límites insospechados. Las diabólicas no solo es una obra de culto, que toca numerosos géneros, es una de las grandes cintas de la historia del cine francés. Una película para lo que no pasan los años.

Un lugar en la cumbre, 1959

Como decíamos en el prólogo, Signoret no acotó su carrera a los territorios francófonos, también alcanzó la notoriedad en otras industrias. En la británica, de la mano de Jack Clayton, enamoró al público con el diseño del personaje más representado en su larga carrera: la tercera en discordia en una relación. Aquí, calmará las ansias de poder de un joven contable que intenta conquistar a la hija de un poderoso terrateniente del norte de Inglaterra. Con este papel consiguió su primera nominación –obtuvo una segunda con Ship of Fools (1966)— y su primer y único Oscar.

El antepenúltimo mohicano

Park City, Utah.